Son días de confinamiento. Y cada uno lo va llevando cómo buenamente puede. Hay quiénes siguen ahí al pie del cañón, trabajadores de los sectores considerados de primera necesidad por el Gobierno que, incansables, hacen posible que la gran mayoría de la población podamos estar en casa. Sanos y salvos. Desde aquí mil veces gracias, aunque ninguna palabra de agradecimiento sea suficiente para lo que están haciendo.
Por otro, estamos quiénes, presos de este indeseable virus, estamos confinados en casa y no tenemos más aventura callejera que la de salir a hacer la compra de lo indispensable. La gran mayoría nunca hemos pasado tanto tiempo dentro de casa como ahora, y nos encontramos aprendiendo a cómo sacarle el mejor provecho.
La verdad es que es algo alucinante ver cómo en tiempos de crisis aflora la creatividad, se da rienda suelta al arte y el desparpajo, se refuerza el sentimiento de comunidad y de pertenencia y nos solidarizamos con el resto de personas, reconciliándonos de a poquito con el mundo.
Yo lo veo cómo una clara oportunidad. De dedicarnos tiempo y dedicárselo a todo aquello que, pudiéndolo hacer dentro de casa, nos haga felices. Trabajemos para que sea una oportunidad de conocernos más a nosotros mismos y de ser un poquito mejores cuándo todo esto acabe. Intentemos captar el mensaje que nos está enviando la vida: ver la belleza en las cosas simples y valorar lo que se tiene en el presente.
Es una gran oportunidad para comportarnos cómo realmente debemos, como humanos.
